F. M.
Lehman vivió en California y trabajó en la ciudad de Pasadena empacando frutas.
A causa de problemas económicos había perdido todo y ahora estaba empleado en
el duro trabajo manual de levantar y mover tanto peso como treinta toneladas de
naranjas y limones al día, las cuales eran empacadas en aquel entonces dentro
de canastas que eran transportadas por barco. Se podría decir que aquel no
sería un lugar apropiado para animar a alguien a hacer algo artístico ni mucho
menos componer himnos.
El Sr.
Lehman era un cristiano que se regocijaba en su salvación. Cierto domingo en la
noche, después de escuchar un sermón acerca del amor de Dios, le costaba mucho
contener su emoción, de hecho, hasta el punto que le fue difícil dormir. Aun
en la mañana siguiente, mientras estaba desayunando, la emoción de la noche
anterior no le había dejado y en su viaje al trabajo empezó a componer un
himno, con “El amor de Dios” como tema principal.
En esos
días, las naranjas y los limones se empacaban en canastas hechas de tiras finas
de madera con terminaciones de madera sólida. A menudo, algunos partes de las
tiras de madera se rompían y me imagino al Sr. Lehman anotando en uno de esos
pedazos sus composiciones. Durante el día, ideas de himnos seguían proliferando
y al final del día, él había coleccionado unos cuantos de estos importantes
pedazos de madera. Estaba ansioso por llegar a su casa para poner todas estas
ideas de su nueva canción en papel.
Llegando
a su casa, se dirigió de prisa al viejo piano y con la ayuda de su colección de
ideas, empezó a transcribir el cántico al papel. Muy pronto tuvo una melodía
acabada con dos estrofas y un coro. Pero en esos días un cántico tenía que
tener al menos tres estrofas para ser completa; alguien ha dicho que hoy día un
cántico está completo cuando tiene solamente tres palabras. Mientras trataba de
escribir la tercera estrofa, se dio cuenta que las palabras no encajaban bien
en la melodía.
¿Qué
tenía que hacer? Hacía algún tiempo antes, él había escuchado un poema acerca del
amor de Dios y se le había dado una copia de él impreso en una tarjeta.
Dijo—“Si sólo pudiera encontrar ese poema – en el cual se representaba
maravillosamente la vastedad del amor de Dios – quizá podría obtener una idea
con la cual formar esta última estrofa”. Su búsqueda fue recompensada, pues
pronto encontró la tarjeta. La había usado como un marcador de libro. Mientras
Lehman leía las palabras, su corazón fue otra vez conmovido tal y como había
sido la primera vez que las había leído.
Notó que
en la parte de abajo de la tarjeta había una impresión más pequeña, pero no
menos importante, acerca de la historia del poema. Y decía: “Estas palabras
fueron encontradas escritas en la pared de una celda de unmanicomio hace unos
200 años, algunos dicen que encarcelaron a un cristiano en esa celda; no se sabe
si las palabras eran originales o si las había oído en algún lugar y había
decidido ponerlas en un lugar donde pudieran recordar acerca de la grandeza del
amor de Dios – cualesquiera que fueran las circunstancias, él las escribió en
la pared de su celda en la prisión. Después de un tiempo, él murió y el hombre
que tuvo que pintar su celda fue impresionado por esas palabras. Antes de que
sus brochas las borraran, uno de los hombres las anotó y así fueron preservadas”. Ahora se
sabe que esas palabras eran basadas en el poema Akdamut, escrito en arameo en
1050 por el Rabi Meir Ben Isaac Nehorai, maestro de la sinagoga de worms (Alemania).
Con el poema en
mano, Lehman fue al piano. En el estímulo del momento, empezó a añadir la letra
a la melodía. Encajaban perfectamente. ¡Fue un milagro! La canción de Lehman
fue entonces publicada con estas palabras como última estrofa.
Ha sido
en los años recientes que se ha sabido de los hechos que hicieron posible que
la escritura de este cántico fuera un milagro aún mayor. La estrofa original
fue escrita en hebreo cerca del año 1000 por Meir Ben Isaac Nehoria, quien
poseía las habilidades de pintar gráficamente en palabras una figura del amor
de Dios. El preservaría estas palabras y entonces, cientos de años después,
haría que un prisionero las tradujese a un lenguaje que todavía no existía con
el nombre de inglés. ¡Y pensar que El lo hizo en la métrica exacta para que
encajara en la melodía de Lehman!
Source: http://www.literaturabautista.com/
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